lunes, 5 de agosto de 2013

El opio de la razón tiene nombre de mujer

Ella reposaba desnuda sobre la maraña de sábanas arrugadas que formaban su lecho. Sabía a sal, como las sirenas melódicas del mar muerto. Ensoñaba en estado aletargado de vida plena, buscando la luz del día, que se filtraba por las rendijas de la persiana mal ajustada. Insoportable silencio del despertar cotidiano sin haber dormido. 

La sombra del mediodía pintaba su silueta en el portón rojo. Él empujaba la llave contra la cerradura, tratando de entrar en casa. Necesitaba dormir. Se sentía tan cansado... Olía a tabaco, resaca con sabor a melancolía y soledad incipiente en su paladar. De bruces, desfallecido por el agotamiento. Otra noche vacía con la sonrisa pintada en el rostro, junto a los primeros pelos canos de la barba de tres días. 

Ella miraba al infinito, tratando de visualizar el cielo. Él dormitaba despierto en el infierno. 

Era uno de esos días de calor húmeda, de aliento a mostaza, de sueños quebrados y de olor a tierra mojada. 

Ella empezó a soñarle. No sabía por qué, pero ahí estaba su figura, su sonrisa, su mirada brillante, su voz varonil y sus manos suaves. Él le dibujó en su sonrisa: por primera vez, no era pintada. Estaba sonriendo extrañamente con el corazón. Sin aditivos. Natural, como la vida misma. Se vieron completamente desnudos, con el alma a flor de piel... 

Hubo muchas palabras que ninguno dijo con la boca aquel día. Muchas miradas prohibidas hasta el anochecer. Se besaron entre las estrellas de la noche varias noches después. Sin dejar de soñarse, ni un solo segundo de los días que precedieron a aquel mágico día. 

Él era su por qué. Ella era su por qué no. 

Se empezaron a amar de una manera brutal, ilógica y mágica. Sin sentido y sin razón. Cada uno de los segundos de las horas de los días y de las noches. Amor cautivo, prohibido, secreto, inocente, pasional... En conclusión, queridos amigos: AMOR, con mayúsculas. Una locura, no digo que no. Pero ya era muy tarde para que la mente pudiera hacer de las suyas: había sido aniquilada con la primera conversación sin voz. 

"¿Dónde quieres viajar, mi amor?". "A la rosa de los vientos de tu ombligo. Y al resto del mundo, si estás conmigo". 

Tiempo después de aquél primer momento, se encontraron frente a frente, sin espejo. 

- "¿Tienes fuego?". 
- "He preparado café. Te espero". 

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