domingo, 8 de septiembre de 2013

Tempo finito

Somos tiempo. Tiempo que une, que conquista, que arrasa, que vuela, que brota, que pasa... Fugaz y eterno tempo finito.  

Maravilloso e incontrolable, sustento del llanto y de la sonrisa, de la muerte y de la vida. Corcel alado que cabalga desbocado entre las notas prohibidas del Requiem de Mozart. 

Tiempo que se agita cuando te veo, que se esfuma a tu lado, que se paraliza si no estás, o cuando muero en la mirada de tus párpados. 

¿Quién inventó el reloj para medir el tiempo? Inocente humanoide que quiso conquistar lo inconquistable, lo incontrolable, el libre albedrío de los segundos en el minutero... 

El tiempo no se mide, no se cuantifica, no se puede plasmar. No hay un tic, no hay un tac... No hay un ritmo preestablecido. 

No se puede conquistar el tiempo porque cada milésima de segundo de la vida tiene un sabor distinto, indescriptible, maravilloso, único... Cada segundo dura lo que dura, porque cada segundo se siente de una manera diferente. 

No pueden ser las 12:30 de amor, las 14:15 de pasión, las 16:35 de dolor, las 18:50 de soledad, las 22:00 de alegría o las 00:00 de añoranza. No es posible cuantificar el tiempo porque, sin sentimientos, nada tiene sentido, nada es.

Locura humanista que desafía la ciencia y rompe los hitos de la razón. 

Caos sentimental. Galimatías sensorial. Tiempo. 

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