sábado, 27 de julio de 2013

Erre que erre se escribe con hache muda

El corazón está completamente loco. De remate, de atar, de encerrar... Maravillosamente enajenado. Es una demencia diagnosticada e incurable. Nadie lo pone en duda, ni siquiera yo. 


De repente, comienza a latir, de una manera especial, incontrolable, obsesiva y mágica. Con tanta fuerza que el resto del cuerpo se queda sin presión sanguínea, y se eleva sin control sobre espacio y tiempo. Sin ningún por qué, sin motivo. Es entonces cuando la vida cobra sentido. 



Un día te despiertas y te acuerdas de una sonrisa que compartiste inocentemente hace meses, de una conversación intrascendente al atardecer, de una mirada brillante cruzada por casualidad... 



Retrocedes en el tiempo para recordar cada encuentro fortuito. Llegas a visualizar hasta el mínimo detalle de esos momentos: un mechero, una taza de café, risas sinceras, una escalera de madera, un cable, la banqueta de tres patas, unos vaqueros azules, un paso de cebra en invierno, una quedada improvisada a la que no fui, la búsqueda conjunta de un cenicero, sobres de azúcar compartidos, leche caliente, tarta de queso con mermelada, la llave roja, un espectáculo desde el otro lado, una cita no cita a la que acudimos los dos, un saludo al amanecer, la camisa verde, una excusa no demandada, pasos en chanclas, una respuesta brusca en el teléfono, la bicicleta, aparecer por sorpresa, arroz con gambas, una chupa de cuero... El brillo de tus ojos. Y el de los míos contigo. 


Ante estos recuerdos arremolinados que, a partir de este momento se convierten en dogma, no sabes cómo actuar. Tratas de llamar la atención, de una manera infantil y divertida -como en el cortejo de las palomas-. No puedes quitarte a esa persona de la cabeza. Ni un segundo del día. 

No hay nada que puedas hacer. Estás perdido: atrapado en ese amanecer en el que, de pronto, tu universo cambió de eje. La continuidad de la historia se escribirá con hache muda: incertidumbre maravillosa que pintará de color las horas de tus días. Hasta que la erre de CORAZÓN defina el camino. 

Conclusión, queridos amigos: quien os toque el corazón dominará vuestro cuerpo y mente. No sé si es magia, pero sí una irrefutable realidad. 

Posdata: jamás vuestra mente podrá decidir quién roza vuestro corazón. Química no científica. Sin por qués. Sin por qués no. 

domingo, 21 de julio de 2013

Porque la vida solo es eso: vida

Te tuve que inventar, pues no existías. Comienzo irracional de esta embriagadora canción de cuna.


Pinté un lunar sobre tu sonrisa, sonrojadas mejillas sobre tu tez morena, surcos de sombra oscura bajo tu mirada clara y chispas de luz en tus ojos grises.



Moldeé con arcilla tu cuerpo frágil, tan desnudo como alma pura. Pulí con cuidado cada una de tus curvas suaves, al son prohibido de Miguel Ángel.



Cuando parecías estar terminada, pequeña mía, esculpí un corazón en tu pecho, segura de que viviría a salvo, al cobijo de la obra de arte. 



Y te lancé a la luz del día.



El sol comenzó a quemar la arcilla, agrietando las suaves curvas que te definían. La lluvia diluyó tu sonrisa que corrió entre ríos de agua turbia hacia la alcantarilla. Fuiste desapareciendo al compás de mis lágrimas desesperantes. 



Entonces, te vi nacer: sin barro, sin pinturas, sin formas esculpidas. Solo tú, corazón inquebrantable. 



Soy brisa, fortaleza, valentía, emoción, sentimiento, locura transgresora. Sin aditivos. Solo corazón. Solo yo.

domingo, 14 de julio de 2013

El amanecer de los sentidos

Amanece en el callejón. No es de día. No es de noche. Es ese estado fugaz de realidad sublime, de silencio que sabe amargo en la boca, y escuece en los ojos -aún hinchados-. 

Momento mágico que eriza tu piel desnuda, mientras buscas cobijo entre las sábanas frías, maraña suave de dunas proféticas en las que encuentras el despertar de los sentidos. 

No estás dormida, pero aún late algún resquicio de ese último sueño que has vivido, y que se va difuminando a la velocidad de la luz. 

Tu mente comienza a reaccionar con miedo. "¿Qué día es hoy?". "¿Qué hice anoche?". "¿Qué hora es?". 

Poco a poco, tus ojos comienzan a ver, a pesar de que todavía no miran. 

Suspiras. Sientes cómo penetra en tus pulmones esa fresca estela de vida del día que nace. 

Has vuelto a tu cuerpo. Acabas de aterrizar de las estrellas. Cierras los ojos, de nuevo, y tratas de recordar ese último sueño... Pero ya no está. 

Escuchas el canto alegre multicolor de los pájaros sobre los tejados, y el paso de algún coche lejano. No quieres abrir los ojos, ni salir de ese nido de sábanas que has creado momentos antes -que ni el más prestigioso arquitecto hubiera diseñado mejor que tus sentidos-. 

Huele a tierra mojada. 

Sonríes. 

Escuchas el cascabel del gato y su carita te propina pequeños empujones, al son del ronroneo. 

Entonces, sientes cómo la luz del día comienza a traspasar tus párpados. Abres los ojos, que ya miran.

Bostezas, compruebas que tienes el control sobre tu cuerpo. 

"Vale, no hay vuelta atrás: he despertado". 

viernes, 12 de julio de 2013

Ojos sordos

Me juego la vida en cada mirada. Abrir los ojos es apostar a la ruleta rusa. Como si cada segundo disparara una pistola cargada con una sola bala de plata que mata, o que da la vida. Sin salida. Soy una de esas causas que la sociedad proclama como "perdidas". 

Un cruce fortuito puede llegar a enamorarme para siempre, o desencadenar un final, tan brutal, que impida un principio. Paso la vida entre andenes. Sin encontrar el sentido del tren, perdida en la estación, sin rumbo. Errando solitaria, sin equipaje. En estado de espera, en el shock de la luna llena que no amanece. 

Hasta que salga el sol de esta noche eterna. 

Soy capaz de vivir una vida entera con tan solo posar mi mirada en una mirada que brilla. Soy capaz de ver con los ojos, lo que solo sueño de noche, cuando estoy dormida.

Me juego la vida en cada mirada. Y es que me enamoro de la mirada prohibida, mientras vivo entre andenes. Esperando al tren que no llega, o que ya ha pasado y no vuelve.

Respondo con una sonrisa pintada a las hadas del bosque al anochecer, porque es en la noche donde reposa el sentido. "Dame una sonrisa al caminar", me dicen. Pero camino sin sonrisa, quizá porque lo hago sin paso. 

Se esconde el sol. Y te vas. Te busco pero no hay despedida. Solo sé que no estás. Quizá porque no has aparecido aún. Quizá porque no existes. 

No hay tango que bailar en esta noche. No hay sonrisa, ni beso, ni despedida. No hay mirada cautiva.