viernes, 17 de mayo de 2013

El gurú solitario

Las personas somos complicadas. Esto es una de esas verdades absolutistas y axiomáticas sobre las que no cabe discusión posible. 

Diferentes, sensibles, únicas, sorprendentes, emotivas, viscerales, reflexivas, variables, crecientes... Personas. Qué extraño término, sujeto de todo tipo de adjetivos y predicados, hipérbole del romanticismo, de la pasión, del cambio y de la magia... La sal de la vida. 

Sin personas, todo lo demás, carece de sentido. Qué extraño protagonismo, no valorado por nosotros mismos, en el que nos empeñamos en sufrir el estado de soledad permanente. Rodeados de gente, nos sentimos solos. ¡Qué tristeza arranca la incomprensión! Nuestro ego no nos permite sentir la compañía completa. 

Nadie puede llegar a saciar nuestra alma rebosante de necesidades. Nadie es lo suficientemente perfecto para complementar nuestra brutal y eterna soledad interior. Ese espacio vacío y mudo... Somos gurús de los sentimientos. Nadie es lo demasiado bueno para entendernos, nadie nos complementa... Somos nosotros solos... y nos duele el dolor en primera persona. Qué pobres...

¡¡¡Se acabó!!! 


Todos somos gurús del alma, todos tenemos la verdad absoluta en el terreno de los sentimientos. Pero, ¡por Dios! Dejémonos de lamentaciones catastrofistas y nefastas, ridículas e infantiles, negativas, coléricas y destructivas. Nadie nos puede complementar: ¡por supuesto! Porque somos completos nosotros mismos. Afrontemos la realidad de la vida y dejemos de responsabilizar a los demás de nuestra eterna soledad. 

La soledad es un estado de ánimo. La soledad, categóricamente, no existe. Como no existe la felicidad o la tristeza... O, al menos, no en el sentido más absoluto del término. La soledad la hacemos, la soledad la creamos, la soledad la imaginamos... La soledad, en sí misma, no forma parte de la realidad objetiva del ser humano. 

La soledad la hemos inventado como mecanismo de defensa ante nuestras propias carencias humanas, ante nuestras limitaciones más innatas y pasionales. Es más fácil justificar nuestras necesidades de crecimiento con una alegoría a la triste soledad, que afrontarlas y buscarles una solución que implique una actitud de crecimiento personal y madurez extensa. 

Por ello: ¡reinventemos la soledad! Es sencillo: solo es un espejismo. Veamos más allá de ella, no a lo lejos, sino en la profundidad del alma. Asumir el papel protagonista de nuestra vida sí es ser un gurú del sentimiento. La responsabilidad subyace, de manera exclusiva, en nosotros mismos. 

¿No piensas lo mismo? 

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