domingo, 14 de julio de 2013

El amanecer de los sentidos

Amanece en el callejón. No es de día. No es de noche. Es ese estado fugaz de realidad sublime, de silencio que sabe amargo en la boca, y escuece en los ojos -aún hinchados-. 

Momento mágico que eriza tu piel desnuda, mientras buscas cobijo entre las sábanas frías, maraña suave de dunas proféticas en las que encuentras el despertar de los sentidos. 

No estás dormida, pero aún late algún resquicio de ese último sueño que has vivido, y que se va difuminando a la velocidad de la luz. 

Tu mente comienza a reaccionar con miedo. "¿Qué día es hoy?". "¿Qué hice anoche?". "¿Qué hora es?". 

Poco a poco, tus ojos comienzan a ver, a pesar de que todavía no miran. 

Suspiras. Sientes cómo penetra en tus pulmones esa fresca estela de vida del día que nace. 

Has vuelto a tu cuerpo. Acabas de aterrizar de las estrellas. Cierras los ojos, de nuevo, y tratas de recordar ese último sueño... Pero ya no está. 

Escuchas el canto alegre multicolor de los pájaros sobre los tejados, y el paso de algún coche lejano. No quieres abrir los ojos, ni salir de ese nido de sábanas que has creado momentos antes -que ni el más prestigioso arquitecto hubiera diseñado mejor que tus sentidos-. 

Huele a tierra mojada. 

Sonríes. 

Escuchas el cascabel del gato y su carita te propina pequeños empujones, al son del ronroneo. 

Entonces, sientes cómo la luz del día comienza a traspasar tus párpados. Abres los ojos, que ya miran.

Bostezas, compruebas que tienes el control sobre tu cuerpo. 

"Vale, no hay vuelta atrás: he despertado". 

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