sábado, 22 de junio de 2013

Vivo en el barrio de la normalidad apocalíptica

Vivo en el barrio de la normalidad apocalíptica. Donde los balcones se tiñen de colores tendidos en cuerdas de metal. Donde el silencio solo suena ronco a la hora de la siesta. Donde el tiempo pasa congelado sin avanzar, porque no tiene prisa. 

Es un barrio obrero, de esos en los que palpitan los sueños remendados con cerveza al atardecer, tratando de ahogar las frustraciones más secretas; esas que callan en la boca, gritan en los ojos, y explotan en la resaca de la mañana que huele a muerte. Paladar espeso al amanecer cada día, pulso perpetuo con la realidad subyacente. 

Parece estar aislado de las tendencias políticas de titular. Alejado de los anglicismos modernistas que inundan prensa, radio y telediarios con entrevistas fantásticas a gurús que desbordan de ideas innovadoras y creativas, jamás escuchadas antes por sus groupies, que aplauden extasiados. 

Es cierto, aquí todo es diferente. Aquí, solo somos obreros normales que pasamos desapercibidos. 

Aquí no hablamos de "economía colaborativa": aquí solo vemos normal prestarle el dinero del billete del autobús a quien no tiene suelto para pagarlo, y llega tarde al trabajo.

Tampoco hablamos de "ecosistema emprendedor". Tan solo tratamos de saciar nuestras necesidades vitales en los comercios del barrio, porque sabemos que, si queremos contar con los servicios que necesitamos, debemos "hacer piña" para apoyar los negocios emergentes que se crean a nuestro alrededor. 

No sabemos qué es la cultura hipster. Tan solo alucinamos con el arte que desprenden los creativos desbordantes de magia que nos sorprenden, cada día, en las calles del barrio. 

Nadie habla de "integración" o "multiculturalidad". Aquí no existen los colores, ideologías o religiones. Solo somos vecinos. Respeto, libertad y sonrisas cruzadas. 

El crowdsourcing se llama lealtad de gremios, el coworking se da en el parque que hay bajo mi balcón y las redes sociales, como en el anuncio de Coca Cola, tienen su punto álgido real en la terraza del bar. 

Solo somos normales. Sin más. 

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